Plaza de las Palmeras

Entrando al jardín por la carretera del Dragonal, lo primero que encontramos es una gran plaza donde destaca exclusivamente la palmera canaria (Phoenix canariensis) endémica de Canarias y presente en las siete islas mayores del archipiélago.

 

Esta palmera, de porte majestuoso y dimensiones armónicas, puede alcanzar hasta 25 metros de altura aunque su porte mas corriente es de 10 a 15 metros, con tronco que a veces llega a tener cerca de un metro de diámetro.

En algunos lugares costeros de las islas, la palmera canaria se encuentra asociada con la palmera datilera (Phoenix dactilifera), oriunda del norte de Africa y que algunos autores piensan que se trata de una variedad obtenida por selección mediante cruces entre distintas especies.

Es fácil diferenciarlas: la canaria es mas robusta, con numerosas hojas arqueadas que forman una copa esférica muy densa de color verde oscuro. La datilera, en cambio, tiene un menor número de hojas las cuales son más erectas y forman una copa laxa de color verde menos intenso. El número de foliolos que cuenta la palmera canaria es casi el doble y son mas flexibles que los de la datilera. En la canaria nunca crecen retoños en su tronco, y, los frutos -denomiados támaras o támbaras- son mas pequeñas y menos canosos.

Esta palmera se da desde el nivel del mar hasta -en ocasiones- sobrepasar los 1000 metros de altitud. Generalmente su óptimo de desarrollo se localiza en los fondos de los barrancos y también en laderas si hay bastante humedad en el suelo.

Se ha cultivado con profusión, incluso por los habitantes prehispánicos de las islas, ya que ofrece numerosos recursos incluso en la actualidad. Sus hojas son materia prima para la confección de esteras, sombreros, escobas, etc. y han servido -junto con sus frutos- de alimento para el ganado. Con los raquis, llamados el «pírganos», se fabrican cestos. Con sus troncos se construyeron colmenas de abejas y también sirvieron de techo para las casas.
Pero el mas espectacular aprovechamiento de la palmera canaria es el que hacen de ella en la isla de La Gomera. Allí extraen la savia que llaman «guarapo», y la transforman en miel mediante el procedimiento que describimos: se cortan las hojas del ápice (cogollo), dejando al descubierto la superficie de yemas terminales del tallo. Todos los atardeceres se procede al «curado»; que consiste en cortar con un formón una delgada lámina de la «calva» para que «sangre» durante la noche. La recogida del «guarapo» se realiza por las mañanas. Estas tareas se repiten diariamente durante 4 a 7 meses, dependiendo de la robustez de la palmera. Cuando su vida peligra, se abandona la «cura» para que la palmera forme un nuevo cogollo, con lo que al cabo de 4 ó 5 años, cuando la palmera haya crecido casi un metro, podrá obtenerse de nuevo el «guarapo».
Debemos destacar en esta plaza un conjunto homogéneo de tallas del escultor canario Plácido Fleitas (1915-1972) tituladas bajo el genérico nombre de «Magia de la Naturaleza» y realizadas en piedra arenisca en la que juegan hábilmente las oquedades.